En los últimos meses estoy trabajando con varias empresas que no tienen un cliente “visible”. Es decir, que no trabajan para un sector concreto. Sus clientes no son las fundiciones, el sector eólico, el de automoción o la administración. Sus clientes somos potencialmente tod@s.
Bueno, tampoco tod@s.
Se trata de pequeñas empresas, entre dos y seis personas, que dirigen su oferta al público. En este grupo podríamos encontrar la hostelería, la educación o, como en este caso, las carpinterías.
Muchas empresas de este sector trabajan cuando un cliente doméstico tiene la necesidad de un armario, de una cocina o de cambiar las ventanas. Cosas cotidianas.
Al no ser identificable esa necesidad o ese interés, se genera una actitud pasiva a la espera de que el cliente haga la demanda. La confianza está puesta en el “boca a boca” consecuencia, normalmente, de un buen trabajo. Y seguramente así es posible sostenerse en el tiempo.
Pero parece que tampoco estaría mal activarse. Esto es, pensar que si no existe una vía directa de acceder a los potenciales clientes se debieran desarrollar algunas indirectas (y no solamente para fidelizar).
Algo así o mantenerse en esa pasividad.
Para después preguntarse, ¿cómo hacerlo?