Cuando un grupo de organizaciones (es indiferente su actividad), crea un estructura (es indiferente el para qué), se suele producir un doble fenómeno. Por una parte, los creadores entienden que ya que hay una estructura se pueden distanciar del día a día. Por otra parte, la estructura, al tener que demostrar su sentido, toma por sí misma las riendas de sus ámbitos de responsabilidad.
Con el tiempo, se va abriendo una brecha. Los asociados se alejan y la estructura se fortalece en sí misma.
Incluso, lógicamente, comienza a interpretar por sí misma lo que sucede y actúa en consecuencia. La brecha se abre aún más.
Cuando todo va bien la situación se puede mantener pero cuando las cosas van mal, la distancia es tan grande que las consecuencias suelen ser drásticas.
Ello no quiere decir que estas estructuras no tengan sentido y que no sean necesarias. Son válidas pero debieran tratarse de un modo diferente.
Y la diferencia está en no disociar creadores y estructura, en no separarles, en continuamente preocuparse por crear los puentes de conexión entre las diferentes figuras en lugar de dejar que evolucionen en el sentido lógico: ya que la hemos creado, que sea ella quien traccione, y ya que esta responsabilidad es nuestra, ejerzámosla aunque ellos no quieran.