El trabajo como vida, el trabajo como penalidad, el trabajo porque no me queda más remedio, el trabajo como contribución, …
Hoy es el cumpleaños de un amigo. Cuando le he felicitado me ha dicho, «espero que sea el último San Marcial que me pilla trabajando».
El titular de un periódico, tras una convesación con Koldo Saratxaga al entregarle un reconocimiento, resaltaba lo siguiente: «trabajar, trabajar no he trabajado nunca, porque jamás en mi vida he ido a ningún lado a disgusto».
Maneras de vivir(lo).
Lo interpretemos como lo interpretamos, no hay duda de que no hay única manera de concebirlo. Ahora bien, ¿generacionalmente podemos estar ante un cambio sustancial en la forma en que lo concebimos?
Mi respuesta sería sí.
Creo que «nuestra generación» ha contribuido de forma sustancial a que se produzca este cambio. La forma en que yo entiendo el trabajo dista mucho de la que viví en mi casa de joven.
Esa importancia «absoluta» del trabajo y de cierta sumisión al mismo, yo no la he experimentado.
El salto actual, según me parece, tiene que ver con la concepción del uso personal del tiempo, del tiempo de vida.
Y ese cambio arrastra a la interpretación del trabajo, a la estabilidad en las relaciones con otros, al uso del dinero, etc.
El tiempo es mío, solo mío, es escaso y le tengo que sacar el máximo partido personal.