Lo reconozco. No me acabo de acostumbrar. Cuando presento una propuesta y me dicen que no, lo llevo mal. Ha vuelto a suceder. Esta vez con un cliente que no conocía con anterioridad. Administración pública.
Para hacer un proyecto de menor dimensión contactan conmigo. Me acerco, me cuentan, indican que desean algo. Lo entiendo, hago un planteamiento, parece que les suena bien.
Convocan a dos consultoras más que también responden a la demanda.
Al cabo de unos días recibo un correo que dice «Después de haber analizado las propuestas presentadas, podemos afirmar que todas ellas cumplen con nuestras expectativas en cuanto a su contenido técnico. Por lo tanto, hemos decidido optar por la oferta más económica, que lamentablemente no corresponde a la propuesta presentada por vuestra empresa.»
Estoy convencido de que las propuestas no eran iguales, al menos la mía no. Quizás por eso no me acostumbro.