Lo peor que le puede pasar a un proceso de reflexión es llegar a conclusiones y no ponerlas en marcha.
La no aplicación implica el no aprendizaje y el mantenimiento de la duda de si podrían haber sido interesantes las consecuencias.
La no aplicación es generadora de dudas de las personas participantes sobre la validez del próximo proceso.
La no aplicación no establece nuevos escenarios o al menos no se es activo en su construcción. Si algo es diferente es porque el exterior se convierte en otra cosa y habrá que adaptarse.
La no aplicación no muscula a la organización en el intento de lo nuevo, le acomoda en la repetición.
La reflexión se convierte en el final cuando lo transformador es la puesta en marcha.