Un joven conocido me contaba hace pocos días su experiencia en un proceso de selección. Una entidad muy representativa en el mundo deportivo, tras unos meses de un proceso tedioso y sometido a todo tipo de vaivenes, había decidido incorporarlo a su organización.
Se mostraba muy satisfecho ya que suponía para él un cambio significativo en su desarrollo profesional y se acercaba a la expectativa de trabajo que deseaba desde hacía años y para la que se había formado.
El cierre del proceso se concretaba un jueves con un «mañana te haremos llegar el contrato y lo miras para ver si estás de acuerdo».
El viernes a las tres de la tarde recibe un whatsapp en el que se le indica que se lo habían pensado mejor y entendían que no era el momento más adecuado para su incorporación y que quizás más adelante volverían a contactar con él.
Su contestación también por whatsapp es que se encontraba decepcionado. La devolución que recibe es que «el negocio es así…».
Superado el mal momento, mi amigo piensa que le hubiera sido imposible trabajar en una organización con unos valores tan diferentes a los suyos.