Recuerdo un gerente que tras un desarrollo exitoso de su organización, comentaba las veces que recibía el comentario de por qué no integrar una organización ya en marcha en lugar de apostar por un crecimiento propio. Y decía aquello de «estoy yo como para empezar a discutir el precio del kilómetro o la dieta para realizar un servicio en el exterior».
Resumía con esta frase las dificultades y la energía extraordinaria que supone la integración de dos organizaciones, dos culturas, dos formas de hacer, dos expectativas construidas en el tiempo, etc.
Incluso en las experiencias en las que el deseo de abordar la integración es admitido por las dos partes como una oportunidad, las dificultades emergen en el medio plazo. Siempre aflora el sentimiento de perder lo que fuimos, frente al interés de lo nuevo que está por construir.
Los problemas técnicos no son los significativos sino aquellos que están teñidos de lo personal. Y de forma especial, entre las personas que más poder han tenido en la construcción de cada una de los dos realidades previas.
No es sencillo, «colgar nuestros pensamientos y nuestra experiencia previa como si fuera ropa en un tendedero» como proponía David Bohm.