El sector social es uno de los campos de actividad productiva que comienza a convertirse en un destino interesante para empresas que buscan la rentabilidad como primera y casi única razón de ser. En este sentido, grandes grupos diversificados empresariales entran con fuerza en la prestación de estos servicios, normalmente bajo el modelo de concursos, dado que se trata de ámbitos de responsabilidad pública.
Habría que decir que, afortunadamente, ésto también sucede porque estos servicios son un derecho de la ciudadanía. En los tiempos en que la actividad no estaba estructurada, en que su puesta en marcha por parte de personas con una desarrollada visión y preocupación social estaba más cerca de asistir, no se podía entender la búsqueda de la rentabilidad ya que no era posible obtenerla. Entonces, era el campo de acción del voluntariado, de las asociaciones, de la religión, etc.
En Euskadi, el denominado y no sé si bien definido, tercer sector responde a esta situación. Dentro de él, sus iniciativas intentan preservar la oferta de prestación de servicios desde una óptica de comunidad, de cercanía a lo local, de calidad, de servicio, de protagonismo de las personas, etc. Y para ello debe ser consciente de que debe «profesionalizarse», que debe entender los sistema de gestión empresarial y utilizarlos, que debe ser sostenible económicamente en el tiempo, etc. El desarrollo de su potencialidad va estar condicionado por su capacidad de generación de redes sólidas. Pero no redes representativas sino basadas en la acción conjunta, en la puesta en marcha de sistemas de trabajo compartidos, en hacer cosas juntos y ofrecerse servicios, etc. No solamente en verse de vez en cuando para reivindicar y reivindicarse.
Y así sí.