En las empresas familiares, y especialmente en aquellas en las que la persona fundadora ha comenzado el negocio, se produce un momento temporal en el que se rumia la pregunta: «¿Qué será de la empresa cuando yo no esté?».
En efecto, si la intención es mantener la gestión en el ámbito familiar y rechazar, en principio, su potencial venta a un tercero o el mantenerse como propiedad con una gestión ajena a la familia, poco habitual, surgen dos situaciones. Y ambas tienen que ver con el ejercicio de la gestión, no de la propiedad.
La primera tiene que ver con la sustitución. Si existe en el ámbito familiar una persona con posibilidad de asunción de la responsabilidad en la gestión, se debe conocer si desea asumirla. Realmente es la primera condición y, en mi opinión, la más importante. No se debe asegurar un sí de modo previo y conviene escucharlo. Ello exigirá facilitar la posibilidad de respuesta en un sentido u otro, reflexionar , estudiar alternativas, etc.
Luego, claro ésta, se trata de visualizar la capacidad personal de quien, en el contexto de la familia, desee ejercer esta responsabilidad.
Y la segunda situación implícita a este tipo de sucesiones es el cambio en el modelo de funcionamiento en la organización. Si algo caracteriza las formas de actuar de una propiedad que funda y gestiona una empresa de mediana dimensión es, normalmente, la ausencia de un sistema de gestión estructurado. El hecho de aunar la creación, la propiedad y la gestión en una persona individual es como si no requiriera un sistema.
Independientemente de que fuera acertada o no esta visión, en una nueva realidad se deben redefinir las formas de decisión, de comunicación y de información, ya que la figura de quien va a gestionar es menos alargada.