Cuando un equipo de personas comienza un proceso de reflexión orientado a desarrollar un tema determinado: clarificar la estrategia, enfocar el alcance en el desarrollo de un producto, diseñar un nuevo modelo de funcionamiento de la organización, etc., se debe partir de que cada persona suele tener un final deseado del mismo. Esto es, antes de comenzar, hay siempre personas que han visualizado, desde un plano personal, la referencia a la que le gustaría llegar.
Como estas visiones no tienen por qué coincidir, el punto de salida es un conjunto de finales deseados y no alienados. Es más, suelen ser divergentes y contradictorios entre sí.
¿Cómo debe ser un proceso que ayude a ese equipo a superar las visiones individuales, dejando muchas de las diferencias en elementos accesorios y no centrales?
Tiene que ser un proceso de construcción colectiva y no un proceso basado en decidir entre los diferentes finales personales.
Ello va a implicar ir «hacia atrás», hacia el planteamiento y debate de cuestiones que puedan constituir elementos de argumentación y sustento a compartir.
Solamente explicitando argumentos y escuchando otros no propios, podremos construir pilares diferentes que puedan dar lugar a otros posibles finales.
En la medida en que estos argumentos se compartan, para lo cual deben practicarse las conversaciones, fomentar la interpretación común, aflorar las dudas e inquietudes y rechazar caminos para posibilitar desplegarse en otros, se podrá alcanzar un final más compartido.