A veces solemos comentar que las cosas dependen del color de las gafas con las que las ves. O dicho de otro modo, que la forma de observar e interpretar una realidad está condicionada por cuestiones personales más allá de cómo realmente es esta realidad. Es decir, que no es sino, que la hacemos que sea de una forma determinada a partir de nosotros mismos.
En una época tuve un compañero con quien trabajé durante muchos años y cuyas aportaciones aún sigo valorando. Una parte significativa de mi forma de trabajar es consecuencia de una intensa y continuada relación con él.
Más de una, de dos y de tres veces, en el momento en que yo le planteaba un enfoque sobre una cuestión determinada o desarrollaba un determinado proceso para abordar una situación en una empresa, me sorprendía con un enfoque o un proceso radicalmente diferente. Era como si no habláramos de lo mismo.
Reconozco que a veces me encontraba molesto con estas nuevas apreciaciones. Me daba la sensación de que no partíamos del mismo sitio. No podía entender que desde el mismo lugar observáramos el paso siguiente de un modo tan diferente.
Pasado un tiempo me doy cuenta de que no estábamos en el mismo lugar o que algunas referencias fundamentales no eran las mismas a la hora de conducir la acción posterior.
Ahora pienso que es una de las virtudes fundamentales de una persona que trabaje, desde fuera al menos, con una organización: presentar planteamientos, quizás descolocantes, generados desde una línea de coherencia diferente.