Los procesos de reflexión, y de forma más específica aquellos cuyo objetivo es clarificar las prioridades a futuro de una organización, tienen dos posibles situaciones de partida.
En unas ocasiones, se parte unas ideas previas de las personas participantes. Cada una de ellas, en función de su interpretación de la realidad y de su percepción del futuro, de los deseable y de lo posible, parte de una intención definida, más o menos argumentada y no siempre muy concreta. Hay que admitir que es imposible empezar desde una aparente posición cero.
En otras, el punto de partida de la reflexión son unas posiciones elaboradas de forma muy sólida, argumentadas, exteriorizadas y que se entienden propias y singulares de la persona, o de las personas, que las han elaborado. Lo normal es que estas posiciones de diferentes grupos o diferentes personas no sean convergentes. Más bien, normalmente son absolutamente divergentes al menos en aspectos significativos.
Por tanto, el proceso en un caso confronta ideas y en el otro confronta posiciones.